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Conservación del jaguar en la Amazonia: el cuidado clave por parte de las comunidades locales

En el Día de los Animales, te contamos cómo el monitoreo participativo ha permitido detectar al felino más grande de América, a través de cámaras trampa, para recolectar datos y promover su conservación.

El jaguar es un bioindicador del equilibrio ecológico. Su presencia —o ausencia— revela el estado de salud del ecosistema. Foto: WWF Colombia.

El jaguar sigue presente, transita libremente la Amazonia y su rugido resiste. Así lo han podido evidenciar  campesinos, mujeres, jóvenes y firmantes de paz, quienes hacen parte de 14 organizaciones de base comunitaria, en el departamento de Guaviare, y las cuales viven una de las experiencias más inspiradoras de conservación basada en el conocimiento local: el monitoreo participativo.

A lo largo de más de cinco años de monitoreo en el Corredor de Protección del Jaguar -un territorio de casi 496.000 hectáreas que conecta selvas, sabanas y fuentes de agua clave para la vida silvestre-, la selva ha sido observada sin descanso durante 25.000 jornadas completas, a través de la instalación de cámaras trampa. Durante este lapso, cerca de 280 cámaras a lo largo de 29 veredas del Corredor del Jaguar, han logrado registrar más de 114 especies de fauna silvestre, incluyendo 48 mamíferos, 61 aves y 5 reptiles.

Te contamos: ¿Por qué es importante el Jaguar para la conservación?

Y uno de los principales protagonistas es el jaguar: en el 2024, el felino fue registrado en el 22 % de las cámaras activas, una señal poderosa de su persistencia. Y a lo largo de este monitoreo, han  sido identificados al menos siete individuos en distintos puntos del corredor.

Los análisis de ocupación -una técnica robusta para evaluar el estado poblacional de una especie- indican que el jaguar ha mantenido su presencia de forma estable durante estos cuatro años. En un contexto de deforestación activa y coexistencia humano-fauna, esto ya representa un logro significativo. 

Lo difícil de captar a un animal

“Encontrarnos con los animales es muy difícil. La comunidad nos busca para que les mostremos fotos y saber qué es lo que tenemos acá en la vereda. Hemos visto al jaguarandi, el ocelote, al jaguar, la danta. Una persona nos dijo: ustedes están viviendo en una riqueza absoluta”, cuenta Yesid Morales, uno de los promotores del monitoreo. 

Las cámaras, ocultas entre la vegetación, registran imágenes de los animales que pasan frente a ellas.

Gracias al trabajo de promotoras y promotores comunitarios es posible esta labor. Recorren largas distancias en selva, caminos veredales y zonas remotas para instalar cámaras trampa, revisar tarjetas de memoria y buscar en conjunto alternativas que faciliten la coexistencia con la fauna silvestre.

Lejos de ser una actividad improvisada, el monitoreo participativo ha desarrollado su propia metodología. Las cámaras, ocultas entre la vegetación, registran imágenes de los animales que pasan frente a ellas. Para eso, se deben establecer acuerdos con los dueños de los predios que permitan una instalación estratégica.

“Uno no cuida lo que no conoce. Cuando descubrimos lo que tenemos y entendemos su valor, nos apropiamos y lo protegemos”, indica Claudia Cocuy, coordinadora de promotores en el Corredor del Jaguar.

“La gente ahora nos llama para que pongamos cámaras en sus fincas. Incluso ganaderos que antes veían al jaguar como amenaza, ahora quieren registrarlo y protegerlo”, dice Yefer González, un joven promotor. 

Si el jaguar está ahí, hay equilibrio 

El jaguar es un bioindicador del equilibrio ecológico. Su presencia —o ausencia— revela el estado de salud del ecosistema. Donde hay jaguares, hay bosque, agua y vida silvestre. Donde desaparece, hay alerta. 

Gracias a eso, el monitoreo participativo ha identificado zonas críticas de fragmentación del bosque; priorizado áreas para restauración y conservación de bosques; orientado la implementación de modelos productivos sostenibles; y lo mejor, ha promovido la coexistencia de humanos y fauna a través de evidencia y diálogo.

Este enfoque también permite entender por dónde se mueve el jaguar. Se ha documentado que su actividad no coincide con la del puma —el otro gran felino presente en la zona—, lo que sugiere que hay mecanismos naturales de reparto del territorio. Esa información permite diseñar corredores ecológicos funcionales, ajustados a la realidad del paisaje. 

“El jaguar nos dice que necesita el bosque para mantenerse vivo. Si sabemos leer esas señales, sabremos por dónde restaurar, dónde conservar y como apoyar a la gente”, agrega Jaime Cabrera, especialista en monitoreo participativo – WWF Colombia 

Del miedo al respeto por el gran felino 

La relación entre humanos y jaguares ha sido tensa. Muchas comunidades rurales veían en el felino una amenaza para sus animales o su seguridad. Pero el proceso de monitoreo participativo ha cambiado esa narrativa. 

Gracias al acompañamiento técnico de WWF Colombia, el PNUD y el Programa de Pequeñas Donaciones del GEF, y a la apropiación comunitaria, se están promoviendo soluciones que permiten la coexistencia, como cercas eléctricas, planes de alerta, y protocolos para atender incidentes sin poner en riesgo al jaguar, a los animales domésticos, ni a las personas. 

La conservación no se impone: se construye desde la confianza, la escucha y la participación. 

Gobernanza: decisiones tomadas desde el bosque 

El monitoreo no solo genera información, genera gobernanza local. Gracias a la mesa de gobernanza comunitaria del Corredor del Jaguar, las comunidades han tomado acciones como la identificación de sectores clave para la conectividad del bosque; impulsar restauración ecológica en zonas críticas; fortalecer medios de vida sostenibles como el ecoturismo o sistemas silvopastoriles y establecer alianzas con instituciones públicas y privadas para consolidar la estrategia.

Este modelo demuestra que cuando la ciencia se hace en comunidad, las decisiones son más legítimas, efectivas y sostenibles.